Festival de Tulipanes

Pisé por primera vez tierras canadienses un 5 de enero de 2016. Para ese entonces tenía apenas 26 años y unas ganas tremendas de comerme el mundo. Los primeros meses fueron difíciles, el idioma, el clima, los días cortos y oscuros, la comida, la gente, las costumbres, la soledad del hotel, eran todas estas circunstancias que hacían más que estresante mi estancia en Canadá. Sin embargo, no era la primera vez que me enfrentaba a cambios tan radicales como es el hecho de moverse a un nuevo país, ya había tenido dos experiencias anteriores, en Ecuador y Chile, que me llenaban de esperanzas para pensar que todo iba a salir bien.

Pasados 4 meses de una agotadora rutina, el manager del equipo nos sugirió tomar vacaciones, ya que posteriormente se vendría una etapa crítica del proyecto donde no le iban a dar vacaciones ni al mismísimo rey pepino. Entonces, tomé la recomendación y empecé a preparar la semana de receso que había decidido tomar. Semanas atrás tuve la oportunidad de conocer Montreal, me había fascinado todo, el hostal donde me quedé esos días, la variedad de panoramas que ofrece la ciudad, el circuito de formula 1 que recorrí en bicicleta, aquel alusinante skate-bar en pleno centro de la ciudad, los museos, la Basílica Notre-Dame, entre otras muchas cosas. Por lo cual, Montreal volvería a ser mi destino elegido para pasar algunos días de descanso. Sin embargo, y con el ánimo de conocer más de la amable Canadá me puse a buscar otras opciones interesantes para esos días, y oh fortuna! se iba a celebrar un festival en la capital, Ottawa, llamado Festival de Tulipanes que por lo que pude averiguar tenía mucha popularidad incluso en el exterior. Así, sin más pensarlo, compré los boletos de tren, para los trayectos Toronto-Ottawa-Montreal-Toronto, hice las reservaciones en la misma cadena de hostales donde me alojé la primera vez que visité Montreal, y me dispuse a prepararme para el viaje.

Resulta que la dichosa cadena de hostales, llamada Hi Hostels, tiene hostales en las principales ciudades de Canadá, pero con la pequeña particularidad que el hostal de Ottawa era una construcción viejísima que había sido una prisión 100 años atrás. Al principio, no le di la importancia del caso, en mi pensamiento no había la menor sospecha de las sorpresas que me esperaban en dicho lugar. Si bien el lugar es un hostal, los administradores habían decidido hacer uso de la historia del lugar para generar una experiencia similar a lo que seria ser huésped en una cárcel. El lugar mantiene su estructura original, por lo que no hay habitaciones sino celdas, los baños son los originales de la construcción, hay zonas que no están habilitadas para hospedarse, como celdas que han mantenido intactas para mostrar al público parte de la historia del lugar. Asimismo, la clave del Internet es algo como prisionero86, solo por mencionar un sin número de detalles que hacen que la experiencia sea más real.

Al llegar al lugar, a eso de las 12 del día, recibí las llaves de la celda 613, algunas instrucciones sobre el lugar, indicaciones para turistas, información sobre el esperado festival, y la clave del wifi. Pasada la recepción, hay una puerta de metal muy pesada, como todas las puertas del lugar, que conecta con una escalera para llevar a los diferentes niveles del hostal. Extrañamente la escalera también es en metal y hay una especie de rejilla para separar los diferentes niveles. A medida que subo por las escaleras empiezo a reflexionar sutilmente acerca del lugar en el que me encuentro en ese momento. A decir verdad, a aparte del frío que todavía a principios de mayo se siente en Canadá, había también cierta energía negativa que se hacia más pesada a medida que subía cada escalón.

Al llegar al nivel 6, que es donde estaba mi habitación, o mejor dicho, mi celda, me dirijo a través de un pasillo largo hasta llegar al lugar de reclusión que me corresponde. El acceso es a través de una puerta hecha de metal rígido y con barrotes en la parte superior, no hay vidrios ni ventanas, hay dos camarotes bien angostos donde nos tenemos que quedar 4 personas. El baño está al final del pasillo opuesto a donde esta mi celda, es decir, para ir a echar una humilde meada, es necesario recorrer el pasillo donde estaba yo, girar a la derecha pasando en frente de las escaleras, y girar nuevamente a la derecha para recorrer otro pasillo hasta el final de su recorrido. El tercer día lamenté haberme tomado esas cervezas al final de la noche, porque créanme que levantarse a orinar en una cárcel, y caminar por esos oscuros pasillos pasada la media noche es una situación más que angustiante.

Ya en la celda, me ubiqué en una de las camas superiores del camarote de la izquierda, y me puse a revisar la información del festival. Estando en eso, llegó a la celda una chica asiática que se estaba quedando en la cama de abajo del camarote opuesto al mío. Tuvimos una conversación corta en un inglés un poco torpe, compartimos algunos minutos y luego se fue. Yo, por mi parte con el festival de tulipanes en mi cabeza, decidí salir en búsqueda de la música en vivo, las comparsas, los concursos, y demás cosas típicas de todo festival. Ese primer día no tuve mucha suerte para encontrar dichas actividades, pero tampoco tuve suerte el segundo día , ni el tercero… resulta que el mundialmente famoso Festival de Tulipanes, es para ellos, para los tulipanes, porque lo único que hay es miles de tulipanes sembrados en los principales parques y plazas de la ciudad. Y ya! No hay conciertos, ni desfiles ni disfraces, ni nada de nada, el festival de tulipanes es unas maricas flores sembradas por todo lado, en cada parque de la ciudad. Que estafa! no debería llamarse festival!

El primer día en Ottawa se me pasó recorriendo los sitios turísticos más populares y tomando una que otra foto. Al llegar de vuelta a mi celda, a eso de las 9 de la noche, estaban allí la chica asiática y un señor de origen japonés de avanzada edad, que se estaba quedando justo en el nivel inferior del camarote donde estaba yo. Nos quedamos charlando un rato, fue bueno para practicar el inglés, el viejo nos contó sus andanzas en la armada de los Estados Unidos durante su juventud, y varias historias de guerra que le había tocado vivir. Concluida la tertulia, cada cual se acomodó en su cama, nos dijimos buenas noches y nos pusimos a dormir.

Pasada la media noche, nos despertamos al escuchar los golpes en la puerta de metal de nuestra celda, había alguien del otro lado que por supuesto quería entrar, pero que no mencionaba palabra alguna, mas bien producía algunos ruidos extraños con la boca, algo como un lamento… ahhhhhh, ahhhhh eran sus palabras y lo único que hacía era tocar cada vez más fuerte y mostrar sus manos a través de los barrotes ubicados arriba de la puerta. Inmediatamente preguntamos quién era o qué quería, pero no obtuvimos más respuesta que los continuos golpes, las extrañas lamentaciones y las manos moviéndose del otro lado. Es en ese momento cuando la realidad te da una bofetada en la cara y te das cuenta donde mierda estás metido. Una prisión, donde no sé cuántos presos se habrán suicidado, otros cuántos habrán sido condenados a la horca, otros muchos se habrían matado los unos a otros y, para completar el cuadro, dicho lugar había sido un refugio de cuarentena a principios del siglo XX, donde mujeres y niños enfermos iban a refugiarse para no contagiar a otras personas, pero que desafortunadamente muchos de ellos perdían la vida. Todas estos hechos empiezan a volverse un temor creciente en la cabeza mientras que al otro lado de la puerta, esta quien sabe que clase de individuo queriendo meterse como pueda a la habitación. Preguntamos y volvimos a preguntar, en inglès, en japonès, en chino, en español, hasta en chileno weon, esperando respuesta de quien llamaba a nuestra puerta… ahhhhh, ahhhhhhhhh, ahhhhhh y violentos golpes a la puerta de metal eran su única respuesta.

Llegado el momento, decidimos que íbamos a abrir la puerta, yo puse como excusa estar en la cama superior para evitar tener que ser el que la abriera, quedaban la china y el japonés, que estaban en las camas inferiores, y como el viejo se creía no menos que Rambo por su pasado en la milicia, pues le tocó, le tocó abrir… se puso de pie, a tripas corazón, y abrió la puerta… allí estaba, un tipo treintañero, pálido como una cuajada, calvo, más bien inexpresivo, era nada más ni nada menos que nuestro cuarto huésped de la celda 613 que llevaba más de quince minutos rogando que le abriéramos la puerta y que no decía nada porque sencillamente no podía, estaba mudo.

Superada la tragicómica escena, el cansancio del largo día me derrumbo en un profundo sueño. Uno de esos tantos sueños en los que sentimos que nuestra alma se desconecta de nuestro cuerpo para desdoblarse en planos y dimensiones extra terrenales que son muy difíciles describir con las palabras. Sentimos como nuestra alma, casi que por su propia voluntad, decide separarse del cuerpo que la contiene para sumergirse en un viaje astral solo accesible a través de los sueños y que no deja rastro o recuerdo alguno mas que esa sensación de estar cayendo de repente y entrando vertiginosamente de vuelta al cuerpo abandonado y que produce que nos despertemos al instante. Es una sensación que he experimentado varias veces. Incluso en algunas situaciones he llegado a sentir desdoblamientos a niveles más profundos, algo así como si nuestro yo que esta en el sueño se quedara dormido y su alma a su vez saliera de su cuerpo en otra proyección astral. Me pasa también a menudo, especialmente cuando tengo pesadillas, que de cierta manera soy consiente que me encuentro en un sueño y que esa no es la realidad, pudiendo llegar a despertarme de manera voluntaria si la situación se pone compleja durante el tiempo que estoy soñando.

Esa noche dormido en aquella cárcel, soñaba que estaba acostado de medio lado, y tenía una sensación de calidez que me la proporcionaba la persona que me estaba abrazando por detrás, tipo cucharita … me sentía cómodo con la compañía en aquel momento. Sin embargo, mi habilidad de hacerme consiente mientras estoy soñando se activó como por arte de magia, y bueno, una vez consciente lo primero que hice fue ver donde estaba, estaba allí en la celda donde me había dormido… raro… se suponía que estaba soñando… seguido de eso traté de recordar con quién me había dormido esa noche, quién era esa persona que me abrazaba por la espalda y me brindaba su calor corporal. Cruzaba los dedos para que fuera la china y no el viejo o el mudo, pero en verdad no se sentía como un adulto, se sentía más como un niño que me abrazaba y respira justo detrás de mi cabeza. Otra cosa que me pasa cuando experimento este tipo de experiencias extra corporales es que aunque soy consciente de que me encuentro dentro de un sueño, pierdo por completo la capacidad de darle ordenes a mi cuerpo, por ende no puedo moverme o hablar en el tiempo que dura ese trance. La presencia de alguien a mi espalda era cada vez más evidente. Traté de moverme para ver quién estaba allí, no pude, estaba justo en ese estado donde no tengo el control sobre el cuerpo físico, traté de decir algo pero era imposible. Una angustia terrible se apoderó de mi en cuestión de segundos al caer en cuenta que en ese viaje estaba yo solo y que no había ningún niño en la habitación. Me desperté del susto. La sensación de calor y la presencia de un niño se hicieron muy reales en ese momento, giré mi cabeza rápidamente para ver quién estaba ahí, no había nadie… quedé sentado en esa cama con las güevas en la nuca del susto tan catre hijueputa que me había pegado. Fue la experiencia más paranormal que me hubiese tocado vivir. Un desdoblamiento astral más la interacción con el espíritu de alguno de los niños muertos dentro de aquella prisión en la época que fuese refugio de cuarentena, algo que no olvidaría jamás.

Eran las 6 de la mañana, por su puesto no pude dormir más, tenía aún en mi cabeza la escena del mudo pidiendo que lo dejáramos entrar, acababa de sufrir una experiencia aterradora que se ratificaba con el simple hecho de saber que me estaba hospedando en una cárcel. Me levanté, me alisté y fui a buscar desayuno. El hostal tenía un nivel subterráneo donde estaba la cocina, un comedor y una sala de televisión. Comí lo que pude y traté de salir lo más rápido posible de aquel lugar. Sin embargo, justo cuando me disponía a salir del hostal, en la recepción me comentaron que ese día a las once de la mañana harían un tour por la cárcel para mostrar algunas celdas donde ejecutaban a los presos condenados a la horca y para dar a conocer la historia del lugar. Obviamente era algo que no estaba dentro de mis opciones, pero como en estos hostales ponen a una mina riquísima a atender en la recepción, no me quedó de otra que decir que sí.

Salí a recorrer algunos lugares cercanos, a seguir viendo flores y chupar frío porque eso era todo lo que había por hacer en Ottawa. Es una ciudad extremadamente aburrida, conocer los lugares turísticos se hace en un día y a parte de eso no hay mucho más. No para un joven soltero y viril en busca de diversión. La vida nocturna es bastante limitada y el frío constante limita mucho las posibilidades. Así que la idea de regresar al hostal y tomar el tour no era del todo una idea tan mala, a la final me estaba quedando en un hostal porque en mi experiencia estos lugares son propicios para conocer gente especialmente cuando uno esta viajando solo. Durante la hora y media que duró el bendito tour, pude convencerme de que la experiencia que había vivido horas atrás había sido tan real como la sentí. Fue en esa hora y media donde conocí las macabras historias de asesinatos, suicidios y torturas por los que pasaban los reclusos de aquel lugar. Las rejillas ubicadas en las escaleras y que separan los diferentes niveles de la cárcel fueron puestas allí luego de los numerosos casos de suicidios de presos que saltaban desde los niveles superiores para quitarse la vida en el desesperado salto al vacío. Visitamos también celdas destinadas a la ejecución, mediante la horca o guillotina, de los reclusos más peligrosos. Había también celdas angostísimas, donde apenas cabía una persona, usadas para torturar y aislar a enfermos mentales y prisioneros rebeldes. Terminado el tour, mi cabeza era un mar de angustia, miedo, pavor, pánico y cuanta palabra existiera para describir lo aculillado que estaba al recordar que apenas había pasado una noche allí y aún me faltaban dos.

Continuará…